Caribeñidad
en la poesía:
polifonía
a mil
voces
Yesid
Contreras Beltrán
I
La poesía tiende sus linderos en las tierras
donde florece, en los oídos que la viven y la escuchan, en la lengua que la
moldea con sus palabras, sus ritmos y evocaciones. En nuestro Caribe, la
poesía, antes que papel y tinta, era arena y aguasal, palmera y plantación, canto
de la especie humana cromada por todas las razas: negros, blancos, tainos,
caribes, mayas... La poesía caribeña es voz y silencio, ciudades y arenas y
sales insulares, voces múltiples, lenguas renacidas en su simbiosis de sonidos
y vertientes. Su cronología y la poética van de la mano con la historicidad,
con la palabra renovada y novedosa surgida de las entrañas de las lenguas, los
idiomas que las moldean, las hacen vibrar y las cimienta con sonidos nuevos y
cruzamientos de ruptura lingüística y rebeldía social, todo bajo un prodigioso caudal
de culturas. Pedro Ureña, lingüista dominicano de la Universidad de las Antillas
y Guyana (Guyana Francesa) resume la idea: “existe
una gran cultura caribeña, una macrocultura, compuesta por muchas microculturas”.
El Caribe se colocó con perfil propio en el mapa poético
en el siglo XX: resulta insuficiente, pero necesario para palpar la nueva
centuria de la poesía caribeña, evocar bardos representativos como Nicolás
Guillén y Luis Palés Matos, reivindicadores de la raíz afro en las letras, de su
presencia en la cultura caribeña de habla hispana en sus natales Cuba y Puerto
Rico. Aimé Césare de Martinica y al Premio Nobel de Literatura Dereck Walcott,
de Santa Lucía, a nombre de los países anglo y francófonos en principio, aunque
el creole y el patois se deslinden de las lenguas maternas para ser soberanas en
el ejercicio de sus hablantes caribeños, mientras el papiamento de las Antillas holandesas amalgama idiomas de Europa
con voces de África.
Una de las estrofas de “El Himno sin nombre” (de
las Antillas Neerlandesas) dice en papiamento:
Un shelu semper kla, laman ta invitá, e islanan ta wowo dje kadena di unidat Idiomanan distinto,
papiá
Ku komprenshon, mes ternura: "Sweet
antilles" "Dushi Antia ta".
Cuya traducción diría:
Bendita con cielos soleados y claros mares de bienvenida,
cada isla es un
eslabón que forma una cadena
de unidad.
Pueden diferir en su propio idioma,
y reunirse en un sentir común:
Sii unos dicen "Dulces Antillas”, otros dirán "Dushi Antia ta".
La vastedad de dos mil islas, un gran
archipiélago, y miles de kilómetros de costas continentales integran la
geografía del Caribe: elemento primigenio que nos aproxima a una identidad
multicultural de una región de agua salpicada por ínsulas y litorales del
continente, pobladas por hombres y mujeres de raíz diversa. Un marco geográfico
desmesurado, vasto como el mismo mar que lo bautiza.
La poesía nos aproxima al concepto de caribeñidad
a través de un elemento telúrico: no hay versos, ni canto, ni literatura sin
alusión, inclusión y persistencia de un paisaje alucinante, de una fauna con
tintes fabulosos, de un mar de belleza y furia conjugadas; de ciudades, barrios
y calles pertrechados entre playas y olas y palmeras, entre vientos apacibles y
vendavales incontenibles como los huracanes.
Un poeta de Bahamas, Marion
Bethel, nos habla de sus orígenes, que también son nuestros:
Renacimiento
taino
Si
tú plantas bejucos de yuca
en un cayo de coral de un mar poco profundo
tus manos calentando el lomo
de una cordillera
submarina
Si caminas en un cayo de coral sabiendo
que tu pie masajea un aplastado
pico de montaña, si
nadas
en un mar poco profundo oliendo
lamiendo un musgo intemporal
si te acuestas en un
cayo de coral
de un mar poco profundo sintiendo
el peso y la maravilla
de
doscientos millones de años
de arena viviente es probable que seas
un taino o bahamés vuelto a nacer.
II
Nuestro archipiélago cultural, poblado de diversidad,
es decantado por lenguas diversas, europeas y autóctonas, que marcan su poesía,
expresión que tiene como base primordial la palabra, escrita u oral. Desde los
dialectos múltiples del castellano, el inglés, el francés, el holandés, el
portugués; hasta los idiomas nativos, extintos por desuso o estrangulación
cultural, que dejaron su huella léxica, semántica, fonológica, gramatical, al
igual que las lenguas de allende el mar propias de los esclavos africanos, que
perviven en nuestros días con voces en el español, y en los idiomas franco o anglofónos,
el creole y el patois parlantes en el mundo caribeño. Además del maya, idioma
vivo, anclado en el Caribe por inmersión geográfica en la Península de Yucatán.
Historia
Makuanta la abuela grita
¡Rápido, corran niñas!
Saquen las alanías, los gorros,
las maracas,
las ramas secas de olivo y albahaca,
los tabacos y los nudos de colores.
Corran
conmigo alrededor de la casa,
Echemos muuuuucha arena,
muuuucha por entre las piernas,
koo, koo, koo.
Váyanse
espíritus malvados,
váyanse, este es mi mundo.
la abuela soñó amaneciendo,
va a pasar pronto,
está amaneciendo.
Soñó con
un caballo y en su lomo una cruz.
¡Váyanse
espíritus malignos,
váyanse, este es mi mar y mi cielo!
Llegó la cruz y se quedó
golpeando maracas,
ramas secas,
alanías y nudos de colores.
Atala Uriana, Venezuela, Nación Wayuu
La vastedad caribeña, telúrica y cultural, marca
con fuego su etos (ethos), su
identidad múltiple. Y esta impronta la ciñe con sentido de humanidad, atañe a
su expresión poética, la marca, la corona, la penetra. La caribeñidad es un
arco telúrico que lanza palabras hiladas en poemas desde todos los rincones, y
las organiza en una cromática alabanza de musicalidad, de expresiva potencia,
de realidad vertiginosa y exuberante, de miseria, desolación, tristeza,
carnaval, desmesura, desbordamiento de la voz que canta, de la oralidad
melodiosa, de la conjunción de música, pensamiento y palabra.
La identidad caribeña en la poesía existe entre
isla e isla y las costas del continente, salta entre la universalidad y la
historia patria, emerge en la suma de esas historias. En el siglo XXI la
caribeñidad es, existe con su perfil propio. Anda y desanda sus caminos
consciente de su propiedad, de su particularidad, de su pasado y de su
presente: vive su futuro. Ya se encuentra en sí misma, asume su dimensión
propia y no mendiga reconocimientos: los poetas jalan sus hilos y los tejen con
sus palabras, con sus obras: se escribe en las islas pequeñas del oriente
caribeño, en las Antillas mayores, entre las palmeras y las ciudades
perturbadas por la modernidad o ajenas a ella, pero igual en las grandes
metrópolis con la añoranza del mar lejano y su gente festiva y desbordada.
También en las tierras amerindias del continente costero: tanto en el istmo
centroamericano como en el extenso e intenso litoral colombo-venezolano-guyanés.
La poesía es inherente al hombre, y por sí mismo,
en la medida de su consciencia ontológica, crea y lanza sus poemas al mar
proceloso de una globalidad agresiva, opresiva, que no sólo es cultural:
intenta aplastar y homogenizar hasta la mínima expresión individual o
colectiva. Pero la poesía se le escapa por las rendijas que no ve la dictadura
que aprieta a la humanidad y se percibe entre los espejismos de la modernidad
consumista y alienante.
En el siglo XXI la amalgama caribeña no busca ser
reconocida, con su poesía se ubica en un mundo globalizado que excluye a todas
las razas y países del Sur por igual, y genera diques paradójicos: los
habitantes de las ínsulas caribeñas viven incomunicados entre sí, salvo el
mercado; mantienen su ostracismo geográfico, salvo el mercado. En materia
idiomática no existe aislamiento, salvo el mercado, nos dicen desde el inglés
enrevesado del norte, limitado también a salvar su mercado. Pese a los
prodigiosos avances de las comunicaciones modernas persiste la marginación de
las lenguas. Pero con mayor fuerza e ímpetu los poemas nos cantan y desafían el
perverso y maniqueo mercado: La poesía es humanidad.
Las travesías poéticas de hoy tienen vías
diversas: el inmenso, infinito espacio virtual, la lectura individual y sesgada
en número debido a las dificultades de difusión-adquisición-circulación del
libro, y la nueva oralidad: la transmisión directa de viva voz en innumerables
y valiosísimos festivales de poesía que pululan por nuestras ciudades caribeñas
y del mundo de habla hispana, además de otros ámbitos internacionales. Una
oleada generó un Movimiento Poético Mundial, del cual hacen parte 117
festivales internacionales de poesía, 103 proyectos poéticos y mil 232 poetas
de 134 países, incluidos muchos caribeños.
Las lecturas son vertiginosas, la poesía está al
alcance de la mano en la internet. Es tan vasta que necesitamos enfocarnos en
nuestra cuenca caribeña, para no ir a la vastedad hispanoamericana. Seamos
lectores y juglares. La expresión poética brota por doquier. Atengámonos a una
máxima acuñada por quien traza estas palabras:
Sin
poesía no hay humanidad.
Hay esfuerzos de compilación que no todos
conocemos, que a veces, lamentablemente, sólo conocen los poetas y los
estudiosos. Buceando en ese mar profundo hay varios ejemplos representativos de
la vitalidad de la poesía universal, en la cual está inmersa la escritura
caribeña:
Una compilación de autores de Cuba, República
Dominicana y Puerto Rico: Los nuevos
caníbales v.2. Antología de la más reciente poesía del caribe hispano,
de Alex Pausiles, Pedro Antonio Valdez y Carlos R. Gómez Beras. (Santo Domingo:
Ediciones Unión/ Editora Búho/ Editorial Isla Negra, 2003).
Poetas
siglo XXI. Antología. 8.300 poetas de 171 países, por
Fernando Sabido, en uno de varios blogs de este poeta, compilador y promotor
del arte poético mundial tanto en la web como en varias antologías impresas en
su natal España.
Revista
Prometeo, memoria del Festival Internacional
de Poesía de la ciudad de Medellín, disponible en la web e impresa, con los
poetas participantes en cada encuentro anual desde 1991, además de videos y
otros materiales que nos dimensionan el fenómeno social que genera y puede
generar la poesía.
Los festivales de poesía en Cuba, Puerto Rico, República
Dominicana, Nicaragua, Panamá, Venezuela, Colombia, y en otras latitudes del
Caribe, coadyuvan a romper el aislamiento, a trenzar los poetas y propagar la
poesía que se escribe en cada esquina del Caribe, a difundirla por los cuatro vientos.
Entre muchos festivales, resalto uno porque acumula 21 años de realización,
porque es de Colombia, porque se ha perfilado, disculpen el sano nacionalismo,
como uno de los más relevantes para proyectar la poesía como un ente vivo
polifónico: el Festival Internacional de Poesía de Medellín. Su particular y pionero
aporte, fue y es programar lecturas de viva voz de los poetas participantes en
parques, auditorios, calles y puntos de reunión de la ciudad, con lo cual la
poesía se toma las calles y se hace partícipe de la cotidianidad, hasta el
punto que ha creado una cultura amorosa entre gente que vivía ajena al poema, a
la tersura de las palabras, a la inmensidad de los humanos cuando cantamos
juntos, cuando trasmiten sentimientos y emociones, por medio del arte de la
palabra, el ars verba de la poesía.
Este buen ejemplo ha cundido en otros encuentros poéticos: llevar la obra y las
voces a los escuchas ansiosos de palpar la poesía en directo, en comunión con
sus interlocutores, a los lectores y escuchas voraces de versos y poemarios. En
esa ciudad colombiana, alguien tuvo la idea de pegar hojas de papel en los
troncos de los árboles con versos y poemas breves. Evoco que nosotros, caribeños,
latinoamericanos, somos ingeniosos en esas lides: en Londres, un colectivo de
artistas chilenos lanzó desde un helicóptero cien mil hojitas con poemas sobre
una multitud ansiosa que participaba en julio pasado del festival 2012 del Southbank Centre's
Poetry Parnassus.
Recapitulemos: los ejes de la poesía caribeña
pasan por un estro telúrico, una dimensión lingüística determinante, además de
una asimilación técnica y retórica de vieja data (herramientas en que el poeta
debe ser conocedor y diestro, aunque aparecen entre paréntesis hoy día en el
ancho universo de la poesía).
III
Un último elemento pasa por la conjugación, en
versos y poemas, de los avatares de la historia de los países y naciones del
Caribe, la búsqueda de su identidad y su independencia, la andadura en pos de
sociedades que superen la injusticia social, la pobreza y la miseria, la
marginación, la violencia, la incursión en la conducta antisocial como
expresión de la supervivencia ante la dictadura del mercado y la sacrosanta
propiedad privada, abyecta porque contrasta con la indigencia masiva o la
pobreza selectiva.
Como punto de partida podemos enunciar que “no hay
poesía sin poética ni poética sin política”. Sin ser un
principio, ni una verdad inamovible. A este axioma respecto a la poesía, expresión
de índole social que se expresa en la voz individual, podemos agregar que no hay poeta sin poética y sin política.
Como tampoco hay poesía sin política. Ojalá que pudiéramos hacer política con
poesía, pero los vates somos pobrecitos poetas, como proclamara el inolvidable
salvadoreño Roque Dalton en el título de una novela póstuma.
Esta tesitura es el punto más polémico en busca
de una identidad caribeña en la poesía del siglo actual, que por contraste
cronológico debe ser joven, escrita por jóvenes, incluidos también los de
espíritu. No ha lugar a dudas: el ser político, el animal político nos acompaña
en todas las dimensiones humanas y salta de repente también en los versos. Es
inevitable. Quizás se puede aceptar la negación y los detractores ante el poema
político, a veces propagandístico: los hay buenos también, aunque a veces caen
o decaen en una calidad cuestionable a cambio de un mensaje necesario desde el
punto de vista del escritor, de su ideología y ser social.
Pensemos este poema de Althea
Romeo Mark, un poeta de Antigua y Barbuda:
El Náger* Man
El
brokrah ** man blande
el
látigo sobre una espalda.
El
náger man blande
el
látigo sobre una espalda.
Cuando
la esclavitud ya hacía mucho
que
se había ido.
Colonialismo,
independencia,
identidad
cultural.
El
náger man blande
el
látigo sobre una espalda.
* Nager: Habitante negro de
las Antillas en el patois de Antigua
y Barbuda.
** Brokrah: Terrateniente blanco en el patois
de Antigua y Barbuda.
Meditemos con June Beer, poeta miskita, estos
versos traducidos del creole:
Poema de amor
Óscar, me sorprendiste
Pidiéndome un poema de amor.
Haré un canto de amor a mi patria,
Pequeño país, lucero gigante,
Esperanza de los pobres, jaqueca de los ricos.
Más pobres que ricos en el mundo,
Más pueblos quieren mi patria.
Mi patria se llama Nicaragua,
A mi pueblo entero lo amo:
Negros, miskitus, sumus, ramas y mestizos.
Ya ves, mi poema de amor es completo:
Como puedes ver, también te amo.
En síntesis, la Caribeñidad en nuestra poesía hoy
por hoy es una vertiente de la universalidad poética, y aunque quisiéramos no puede
padecer autarquía ni endogamia de ningún tipo. Es búsqueda de caminos
renovadores o antiguos que decantan nuestros cantos por doquier. Como sumatoria
dialéctica es una realidad construida a nuestra manera: con alegría y
profundidad, con una babel que por inercia tiende puentes diversos para romper
la insularidad inevitable, fuente de expresiones vigorosas, vigentes.
Lo constatan estos poemas de autores casi jóvenes:
La negra
Hay una
negra detrás de mis años
que mueve mis caderas cuando bailo.
Hay un hechizo que sucumbe a mis ojos:
la magia de la isla y el continente.
Me rindo
con mi pelo rizado,
ya no le doy vueltas a mis labios carnosos.
Cualquier clase de tambor me pone el toque
y yo le contesto con aromas diferentes.
Diosa,
cumbia, samba, mambo,
no tiene nombre todo el ashé que enciende.
Acá llegó mi mama diciendo que era blanca,
y nadie le creyó cuando nació la negra.
Lucy Chau (1971),
Panamá
Brodel sangre
Decir brodel sangre,
es decir que'l brodel está viviendo
en la misma película de acción,
en la misma hisla que tiene como historia
una invasión,
una población aproximada de cuatro millones,
un sector llamado Santurce,
en donde vive mi jeva gris.
En donde usté también encontró su nido de amor,
(su cueva, en realidad)
y comenzó a echar raíces como un desesperado árbol.
José
Raúl González (1974), Puerto Rico
¡Antillas!
Y quien dice ¡Antillas!, dice
Rosario de resignaciones, quédate
parado en la cresta de tus antiguas olas,
o anda como un lázaro de cuatro centavos,
o sumérgete en el lago agonizante de un suspiro,
o huele lo que vuela en el viento ululante.
Ven a ver las mujeres de tus islas, las bellas
sonrisas de ojos tan oscuros que dan sueño;
sal a sentir la sal de este mar de soles,
sal de ese salón donde un pródigo solenodonte
cacarea palabras descascaradas,
y después vuelve a gritar
¡Antillas!
a los cuatro vientos, a los siete caminos,
a las treinta y seis ocasiones de amar la vida,
y ponte a amar esta encervezada, enrevesada,
embelesada
vida de las islas, donde errar es lo correcto.
Con manos de calamita, dinamitas calamidades
largas como mentirse a los veinte años,
como tratar desnudos con fantasmas desilusionados,
como la cuesta abajo de esa pasión llamada
impaciencia,
y concluyes que es peor sobresalir que
sobrequedarse abajo
a llenar llantas con llantos de aire y humo,
desencantado de todo, y sobre todo,
de las togas con troneras, de las sillas heredadas,
de esa inefable manera de no ser nadie
en estas islas de pan francés,
de pañales españoles para ingles inglesas,
islas de no-se-sabe-quién-dijo-islas-primero!
porque, si naciste allí, no has nacido todavía.
Manuel
García Cartagena (1961), República Dominicana
Para terminar lanzo
un axioma:
La
caribeñidad es una polifonía a mil voces desde el borde de nuestras lenguas
entrecruzadas, convergentes y autónomas. Creadoras, barrocas y sencillas olas
en el mar de las palabras.
Noviembre
de 2012
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